jueves, 2 de febrero de 2012

Hasta la médula.

Tenía una espina clavada hasta la médula, en sus pies... zapatos de cristal, sabiendo que cualquier momento se romperían, andando sobre la cuerda floja, la mirada arañada, pero no se veía la desesperación, si algo no tenía era miedo.

Iba mirándose los pies, sabiendo que el mundo era una pantomima, habilidades verbales, apostar al mejor postor... Pero él no buscaba el camino, esperaba que él apareciese bajo sus pies, enloquecía lentamente, no tenía miedo.

Se paraba en el mismo banco y la veía pasar, ella hacía el mismo camino cada día, se separaba de los demás y se sentaba en el banco de al lado, ella iba a contracorriente, sabía que no lo podía evitar, si las cosas subían, para ella se bajaban, ella también parecía tener una espina clavada, y andaba también en la cuerda floja, pero se la veía tan dura, no quería poetas, no quería.

Ella miraba a lo lejos y él se planteaba si ese juego de miradas de todos los días llevaría a algún lado, estaba cansado de tirar el dado y estar nueve turnos sin tirar, total, ella había perdido desde el principio la cuenta de veces que había caído, se daba por perdida en todo juego, tan solo giraba los ojos hacia donde nadie más pudiese mirar, esperaba, se levantaba y dejando el sonido de zapatos su sonrisa se escampaba en el viento gélido y me cortaba la mejilla, luego caducaba su risa en el ambiente y tan solo aparecía ese aspecto que decía: no tengo limites. Cierto, ella no tenía limites.
Sabía muy bien que si algo quería, tendría que luchar, y ella luchaba con todas sus fuerzas, por eso tenía tan claro en que espacio tiempo tenía que hacerlo.

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